Persona, Estado y Religión

Esteban Josué Beltrán Ulate
Según Joel Cracraft en el artículo, “The Scientific Response to Creationism”, en la revista Science, Technology, & Human Values, Vol. 7, No. 40 (Summer, 1982), pp. 79-85, el Sistema Solar al cual está inscrito el planeta Tierra puede tener aproximadamente cerca de 4600 millones de años de existencia; según algunos geólogos modernos la edad del planeta Tierra tiene un aproximado de 4540 millones de años, referencia al libro The Age of the Earth, publicado por Stanford University Press, en 1991. Tomando como referencia el trabajo de Analía C. Abt, Lic. en Antropología, Máster en Estudios Sociales Aplicados, Doctoranda en Antropología de la Medicina, de la Universitat Rovira i Virgili, Tarragona, España, en su artículo “El hombre ante la Muerte: Una mirada antropológica”, expresa que el hombre de Neanderthal, ubicado cronológicamente cerca del 230.000 hasta 29.000 años atrás, durante el Pleistoceno medio y superior y culturalmente integrado en el Paleolítico medio, este artículo muestra una simbología trascendental del Neanderthal en su rito para enterrar a sus muertos colocándolos en posición fetal, rodeados por cúmulos de piedras, y vestigios de ofrendas; esta actitud se podría considerar como una expresión que va más allá de un simple ser animado, denotando rasgos de conciencia espiritual, religiosa o trascendental, muestras de humanismo en estratos al menos básicos.

A modo de analogía si pudiéramos relacionar la historia del planeta Tierra desde la población del Neanderthal, tomándolo simplemente como referencia, con la metáfora de un reloj con 24 horas, se podría decir que los últimos dos mil años, base del pensamiento occidental actual, no forman ni siquiera el último segundo del último minuto del día.
¿Qué es la humanidad más que un simple suspiro de un caótico sistema dinámico universal, que denominamos realidad?

Aún así hay quienes se aferran forzosamente a dogmas adquiridos por terceros, y esperan contaminar a quienes les rodean ofreciéndoles improbables utopías.

La persona, imposible definir cuando inicia su proceso humano con exactitud, y no pretendo pensar en ilusorias manos divinas lanzando almas desde estratos celestiales, es un hecho que el avance humano ha modificado las conductas homínidas, racionalizando los simples instintos, aunque paradójicamente aún encontremos en algunos estratos colegas homo sapiens sapiens, más homínidos que humanos, ocupando templos, palacios y casas presidenciales.

Parte de este proceso complejo que es la evolución de la persona, es su manera de intentar compromiso, viviendo en sociedad, desarrollando múltiples modos de comprender su ambiente a través de cultura, e incluso llegando a pensar en lo impensable, buscando palabras para nombrar lo indecible, creando dioses, y dejándose crear por dioses. La persona reconoce su religación a algo superior a él mismo, algunos lo denominan Dios, lo Incognoscible, la verdad suprema, la trascendencia del trabajo del obrero, y tantas otras cosas más. La persona quizás se siente presa de una angustia, o este sentir es simplemente parte de su propia naturaleza. El punto esencial es que la persona en su libertad y creatividad elabora medios de expresión, bajo ritos, y simbolismos.

El estado es una estructura emanada de la polis, misma que debe estar al servicio de la persona humana, la polis la conforman todos los que la componen, el estado vela por la integralidad de todos, en la libertad de la que cada cual es portador, es un absurdo determinar que en un estado de libertad una corriente de pensamiento religioso sea el común denominador de todo el pueblo, catalogándose el estado mismo de “X” o “Y” tendencia, si el estado ha de catalogarse, ha de ser llamado humanista-personalista, de ahí en fuera cualquier tendencia simbólica esta sobrando. El estado respeta la libertad de los que la componen puesto que las personas que componen el estado se comprometen en libertad con la persona, por tanto en una actitud humana se tolera, entendiendo tolerancia como bien expresa Fernando Savater “tolerancia es que me guste que a los demás les guste lo que a mí no me gusta”, por tanto aceptando las diversas manifestaciones rituales y simbólicas que son tan diversas como quien las expresa. La cultura es rica en su diversidad pero el estado debe ser consecuente con su misión, y no dejarse llevar por pasiones, a favor de un grupo, que sin importar su exuberante aporte al pensamiento y al arte occidental, no da razones suficientes para catalogar a una sociedad, ni a un estado como sus adeptos. Los estados al servicio de la persona, respetan sus expresiones en compromiso de libertad, más no se adhieren a planteamiento de unos cuantos que no engloban el pensamiento multiforme de la totalidad que la componen. El estado ha de ser simplemente humanista-personalista.
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Persona, Estado y Religión. Beltrán E. Nuestro País,
(www.elpais.cr), Opinión. Lunes 17 de febrero, 2009

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