Sucede que la sociedad de la desconfianza camina temerosa, prefieren callar y uno que otro afiliarse a movimientos reciclados de pensamiento, hay un descontento con el rumbo que llevan, pero el silencio de sus palabras los encadena al adormecimiento y al olvido de sí mismos. Es un común denominador definir como crisis cualquier ruptura que indique posibilidad de cambio.
En esta sociedad pulula el absurdo, los creyentes buscan que los ateos crean lo que ni están seguros de creer, los ateos al negar con tanto fervor terminan convertidos en más creyentes que los primeros; los pueblos eligen a sus representantes para que los dominen de una manera no-representativa, el hombre y la mujer son considerados como simple mercancía por los mismos hombres y mujeres, productos de una educación ...(¿Realmente será educación?)
Cuando caminan por las calles, se miran a través de ojos manchados de prejuicios, olvidando su compromiso, desconocen el saludo fraterno, promulgan la muerte de dioses, viviendo aturdidos bajo incontables deidades creadas por modas pasajeras.
El planta gira, bajo un sistema cosmológico aparentemente estable según unos, y en perfecto azar según otros, inmutable continúa el ciclo de la vida, la fotosíntesis, la selección natural, mientras muchos maquinalmente recorren su propia rutina esperando tocar la felicidad mientras desperdiciando instantes, negando la realidad a la que pertenecen. La esperanza de trascendencia de muchos se torna en rechazo del momento en que se existe.
Es necesario destituir esta sociedad de desconfianza, más que una utopía se torna una obligación, ha llegado el momento de dejar de vivir con el sentimiento de inquilinos en nuestra propia vida, se debe tomar el poder de cada acto en base a la razón y la voluntad, la vida no se cuestiona se vive, y si al final, no hay más que nada, no tendremos oportunidad de saberlo; retornar al Carpe Diem, horaciano, vivir el día que es fugaz, con la certeza de que si tuviera que vivirse de nuevo cada acto de manera eterna, se haría sin dudarlo.
Redescubrir la voluntad de vivir, propia e innata de cada cual, viviendo el instante guiado por la razón y la voluntad, de manera que si tuvieses que repetir cada instante de tu vida, lo harías sin temor, afrontando las situaciones que se presenten, en un libre compromiso propio y con los demás. No hay necesidad de jueces al final del día, si se es justo; vivir, eso, simplemente eso, es vivir.
(www.elpais.cr), Opinión. Lunes 5 de marzo, 2009
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